El olmar, el sendero ancho, no hablé a favor de la piedra.
Sembravan avena, trigo y cebada.
En las vides decidían el tiempo de la poda.
Todos los enemigos.
En el doble se almacenaban patatas, manzanas y uvas. Eran armas.
Un almacém de flechas en la estela del aceite.
Madre sin encontrar la edad la piel que sentencia la ortiga. Éramos
muchos sobre la mies. Madre sólo tenía espíritu para mí. Aquél perdió
su suerte, éste manejó una carnicería con risa irresistible hasta el día en
que muirió.
Volvió a llover, nadie quiso verle con la mandíbula atada.
Fui a por la leche cuando le vi.
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aldo z sanz
barcelona - 1950
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